Chicago le jugó de igual a igual a un Banfield que aún sueña con el ascenso a Primera pero los goles hacen la diferencia y los dirigidos por Matías Almeyda supieron aprovechar las oportunidades que el conjunto de Mataderos dilapidó. En eso se sustenta una nueva derrota.
Puede ser. Si me apuran, coincido en que el partido fue de lo más parejo de lo visto hasta aquí. De ida y vuelta, con aciertos e imprecisiones, con jugadas de gol para ambos lados, con garra y corazón en cada pelota por disputar. En el Sur la única diferencia (además del blanco en lugar del negro) fue la diferencia de categoría a la hora de definir.
Porque si Carreño tiene un mano a mano a los 10 segundos y no moja y por consiguiente,
Noir, en la primera llegada clara, marca el 1-0, no queda demasiado por explicar. Si Gomito maneja los hilos, Scifo se hace dueño de la banda derecha, pero en la segunda jugada que cae en nuestra área, a Chavez le dan todo el tiempo del mundo para darse vuelta y clavarla al ángulo, sobran las palabras.
Porque si la enjundia necesaria te lleva a meter a Banfield en su propio arco, a que se agazape de local para cuidar la ventaja y a los ponchazos, llegas al descuento de cabeza, pero a los 5 minutos te liquidan el partido después de un rebote, no queda explicación por dar.
Eso es Chicago hoy. Un equipo que se puede topar con cualquiera de la categoría, que está a la altura (por diversas razones) pero que falla cuando no lo tiene que hacer y logra irse con las manos vacías de todos lados. Así, recuperó a un Taladro que venía en baja, pero que supo qué hacer en los momentos decisivos.
Por eso, uno pelea bien arriba y el otro, tan abajo.
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