Chicago, en otra demostración de carácter, salió con todo, mostró los dientes y derrotó a Chacarita por la mínima en el primer chico. Falta la vuelta, el paso más importante, pero el Verdinegro rubricó la intención mostrando los por qué.
Por un día, la "paz" y la alegría volvieron a jugar de local. Tratando de amoldarse a todos los requisitos solicitados por el nefasto Coprosede, el República de Mataderos se volvió a vestir como en sus mejores épocas, con los colores verde y negro por donde se mire, dos tribunas llenas, y las banderas, en el barrio pero a la vista. Más de 9000 personas colmaron el estadio un miércoles a las 15hs, en otra prueba de amor, un día después de que se cumplan 8 años de la gesta de Avellaneda.
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Una multitud en Mataderos. |
El partido, de arranque nomás, se planteó como una final y de esas a las cuales estamos acostumbrados, con todo en contra. El Funebrero se hizo del balón, mientras Chicago no se acomodaba en el verde cesped. Para decorar la escena, la terna arbitral comenzaba pifiando fallos claros, aumentando la presión, que ya sobraba, en todos los presentes.
Era un clásico y lo seguirá siendo. Por eso, los dientes apretados y la tensión al máximo. Por eso los corazones latiendo a mil por hora, los gritos de desahogo y el aliento incesante (que nunca falta). Pero nosotros tenemos un motivo más. Todos los que sufrimos, lloramos, penamos injustamente por errores que no nos competen, estamos debatiéndonos a cada hora, charlando mano a mano con la historia.
Por esa cuenta pendiente que se truncó más de una vez, con el antecedente cercano en el Bajo Belgrano. Porque Chicago no es de esta categoría y salvo excepcionales y duros momentos, nunca lo será. De ahí la razón de que este encuentro tome una trascendencia insospechada. Es la oportunidad neta de cerrar nuestra página más negra. Mucho se habló durante la previa pero poco se vivió del equipo que revivió el Tano Pasini sobre el final del Torneo Nacional. Apenas algún corner aislado que no terminó de generar peligro.
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Los ídolos del 2001, en busca de una nueva gesta. |
El Verde intentaba más por izquierda, uniendo a Jose Ramirez junto a Christian Gómez, ya que por la otra banda, Damian Castagno reemplazaba desde el arranque a Adrían Scifo pero no lograba la claridad deseada. Carboni, cuándo no, se peleaba, trababa, obligaba a todo el que se le cruzara por delante. La dupla central, con Matias Escudero en su mejor momento y la presencia de Samuel Caceres cumplía con su trabajo y la vuelta de Leandro Testa aportaba la cuota de experiencia y testosterona claves para esta situación.
En el medio, Damian Lemos iba encontrandole la vuelta a una zona repleta de jugadores, con la colaboración de Julio Serrano, más dedicado a la lucha que al juego. La más clarita fue una entrada del 10, que amagó hacia afuera y tiró el centro atrás para la entrada de Leo, que fue muy bien neutralizado en esa acción por los centrales visitantes. Se murió el primer tiempo y quedaban 45 minutos para agradecerles a este grupo de hombres por todo el año, ya que cerraban su participación en Mataderos y para ilusionarse con algo más.
Acá se puede ver, nuevamente, la mano de Mario Franceschini. Algo habrá hecho Mario (si no es que fue su plan desde el inicio) en el vestuario, porque Chicago, su Chicago, salió decidido a todo a la segunda parte. De arranque, Castagno tuvo quizás la mejor participación en el campeonato, llevándose a la rastra a su marcador por derecha y poniendo una pelota bárbara para Gómez. Gomito, otra vez, frotó la lampara y le puso un centro exacto para que Carboni, el goleador, inflara la red y desatara, como ya nos tiene acostumbrados, el delirio en el barrio.
Desde ahí, cambió todo. El Verdinegro ganó en todos los sectores de la cancha, todas las divididas se ganaban, Banegas aportaba su sapiencia en defensa para ser salida cuando se pasaba zozobra y Daniel Monllor lucía como en sus mejores tardes para quedarse con las pelotas más difíciles. Mario le dio paso a Scifo, que cambió el aire de todos y paseó su buen momento por su banda preferida. Más tarde, también llegaría Petrovelli, uno de los responsables de los casi infartos. Porque lo tuvo para cerrar de contra el local. No fueron una, ni dos ni tres, fueron una consecución de chances para ampliar la diferencia.
Y hasta en eso Chicago fue consecuente. Le costó cerrar el triunfo con holgura, como casi siempre (salvo Platense y Los Andes) para hacerle honor a la camiseta. Quedan los 90 minutos más emotivos y vibrantes de los últimos cuatro años. 1462 días esperando este momento. Para coronar el centenario del gigante como su historia lo merece. Y como dijimos antes, con este grupo de jugadores vamos a la guerra. Para renovar esa frase que dice que hay que ser toro en rodeo propio y torazo en rodeo ajeno...Como toda la vida.
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El incansable Leo Carboni, llenando de alegría al pueblo Verdinegro. |
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