La tarde era especial, la indicada: Chicago venía de 4 triunfos consecutivos, recibía al verdugo de la final del Reducido, flameaban banderas verdinegras por todos lados con un estadio (como siempre) con muchísima gente y enfrente, la presencia de Ariel Ortega para que todos los flashes pasen por Mataderos.
También porque salvo una jugada aislada de Casas a los 5 minutos del PT, todo fue dominio de Chicago, de este Chicago ideado por Mario Franceschini, que arrancó con el pie equivocado, no logrando triunfos, para luego hilvanar triunfos por la mínima, pero dejando un sesgo de que cada vez sabe más a lo que juega, está más comprometido y firme en todas las líneas y tiene algunos jugadores que se destacan por sobre la media para volcar los resultados a nuestro favor.
Todo el trámite del partido estuvo de nuestro lado, con la pelota (y los huevos) de Lemos, que cortaba y distribuida, más el despliegue (y aporte con la pelota) de Scifo (llegó a los 100 con la gloriosa), que estuvo más cerca de su mejor versión que la de los últimos tiempos y Vinaccia, más el cerebro del Gomito y el incansable Carboni arriba, solo o no tan solo, que se inventó una chance que de casualidad no entro, después de pegar con el palo y el travesaño.
Estaba todo pero no en el marcador. En la segunda parte, el local se decidió y a los 4 minutos ya estaba arriba, a merced del primer penal otorgado a nuestro favor. Después vinieron varias chances, muchas chances para cerrar hasta los fatídicos dos minutos, en los cuales dormimos en defensa para el empate y la falat a Petrovelli que el juez no nos dio.
Esto destaca que Chicago ganó sus últimas presentaciones por la mínima y más allá de lo saludable de su considerable mejoría, deberá afinar el lapiz a la hora de convertir, porque material hay. Vienen dos que hay que ganar si o si, para plantar al Verde firmemente como candidato de cara a la segunda ronda. Como debe ser.

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