Otra vez. Chicago lo hizo otra vez. Petrovelli y Beron lo hicieron otras vez. El alma de los muchachos y el empuje de las 14.000 personas (si, leyó bien, un miercoles a las 15 hs) lo hicieron otra vez. Nuevamente, a pesar del desatinado primer tiempo, de los decisiones "arbitrariaras", del ridículo horario, del mal estado del campo de juego y del horrible día, de la contagiosa carga de nervios que portamos cada vez que nos acercamos a Mataderos. Otra vez, Chicago dió la talla, se calzó el traje y salió a bailar.
Esta vez se suscitaron de diversa forma los acontecimientos en el verde césped: enfrente no estuvo un equipo que haciendo una campaña histórica (por venir de categorías menores o pelear los puestos de retaguardía) sino un Defe que tuvo un gran primer semestre en el torneo y se ubicó por encima de Chicago en la general (además de que fue el único equipo que llegó a discutirle en algún momento el liderazgo a Atlanta). Un equipo que tiene jugadores para jugar, goleadores que la meten seguido y la impronta de un DT que resguarda su arco a fuerza del juego brusco y un áspero roce en cada cruce.
Por nuestra parte, una vez más volvimos a contagiar a los jugadores, tanto de los nervios primeros como del incesante aliento después, para sacar esta mínima diferencia a favor. Pensando en que el Dragón es quién tiene la ventaja en esta final, el de Mataderos insinuó salir a buscar con más impetú en el inicio. Salvo por la excepción de que, contrariamente a los partidos anteriores, no encontró el gol ni la pelota en la primera mitad. Casi no hubo aproximaciones del Verde ni tampoco de Defe, ya que las aisladas jugadas en ataque fueron por tiros libres o de esquina a favor de la visita, aunque teniendo en cuenta el poderío áereo del rival inquietaban.
Los primeros 45´ fueron más sufrimiento e impotencia que otra cosa. Poco juego asociado, Luna que no lograba hacer pie dentro del campo y los llamativos errores de Precone en defensa. Si hay que destacar algo, es la soberbia actuación de Leandro Testa (cuándo no). Para la segunda parte, el relato sería distinto.
Rapidamente y sin lugar para acomodarse, se sucedieron las primeras emociones de una tarde que pintaba para gris y apática: La pelea Carboni (incansable, gigante!) entre dos, la cede hacia la izquierda para la entrada de Petrovelli (afiladísimo) quien la pellizaca ante la salida de Griffo y delirio por el 1-0.
Duró poco la alegría, ya que 5´ más tarde, Mansilla empardaba las cosas y otra vez a empezar de cero. Allí vino la muñeca de Mario Finarolli para apostar a más: adentro Ruiz (que lejos está de su mejor versión pero siempre se espera algo más de él) por Luna. Las piernas empezaban a pesar y Pepe se agigantaba en el medio. Serrano ya no podía con su cuerpo y erraba pases (inexplicable en él). Y vino el cambio determinante: afuera Bochi, adentro Berón. Cambio equivocado según los que estabamos en la tribuna, ya que Julio estaba bajo y Roberto tenía el plus de la juventud, pero aplaudido el cambio ofensivo.
El ingreso de Berón ya generaba cierta inquietud, por el gol a Brown en el final, por las ganas del pibe, que entra a "comerse" la cancha, como lo demostró desde la primera pelota. Faltaba claridad, se acercaba el final y la placa gritaba 1-1. Parecía que ni el grito ensordecedor del estadio podía revertir el empate. Sin embargo, la sapiencia del tecnico se observó en casi la última del encuentro. Partió un pelotazo largo de Serrano, buscando la cabeza de Carboni, quien conectó exigido y regalando un tiro fácil, pero Griffo falló en la retención del balón y como un rayo, apareció Berón para estampar el 2-1 final.
Faltaron 3´de descuento para que ingrese Scifo por Petrovelli, ovacionado por todo el estadio. llegó el pitazo final y el delirio de todos, que hizo que alguna lágrima rodara por un par de mejillas. Se ganó el primer (y durísimo) encuentro y ahora habrá que ir a pelear al Bajo por obtener el ansiado lugar en la Promo. El equipo demostró mucho amor propio y que siempre se guarda una más para el final. El domingo, en Belgrano, será otra historia. En Mataderos, se demostró que Chicago nunca está muerto (y que lindo es volver a escribirlo!) aunque parezca que ya nada más puede suceder. Un enigma de 90 minutos, repetido por tercera vez consecutiva. El elogio del descuento.
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